Es Vedrà y es Vedranell

Costa de Poniente

Es Vedrà es, sin duda, el islote más impresionante de toda la costa pitiusa, al rivalizar en altura con los principales montes de la isla. Sus 382 metros se aproximan a los 475 de sa Talaia de Sant Josep, que es el mayor pico. Al estar a menos de dos kilómetros de la costa, produce, junto a es Vedranell, a su lado, la sensación de una cordillera que emerge del mar. La geología de ambos islotes es muy particular y distinta a los del resto del litoral pitiuso, debido a su estructura de cabalgamiento, en la que los materiales más antiguos emergieron y se superpusieron sobre los modernos.

La inmensidad de ambas rocas sobre todo impacta al rodearlas desde el mar, tanto por sus dimensiones como por las cuevas que exhiben en sus muros verticales y las manchas oscuras de humedad. Fueron declaradas reserva natural en 2002, junto con los islotes de poniente.

Desde la Edad Media, es Vedrà fue utilizado por familias locales que lo tenían en propiedad para criar cabras, que crecían salvajes desafiando la gravedad desde los riscos que conforman su empinada estructura. Hoy ya no se admite su presencia, debido al daño que provocaban en la flora endémica, entre la que se cuentan especies tan valiosas como la manzanilla de es Vedrà (Santolina vedranensis), el tomillo púnico (Teucrium cossonii subespecie punicum) o el palmito (Chamaerops humillis).

Es Vedrà, además, está vinculado a multitud de mitos, desde que, en el siglo XIX, el carmelita descalzo Francisco Palau, procedente de Catalunya, se estableció en la localidad de es Cubells y decidió pasar temporadas como ermitaño en el islote. En esas reclusiones ascéticas, el religioso encontraba refugio en una cueva próxima a la cumbre en la que se acumulaba el agua de lluvia, con la única compañía de cabras salvajes, halcones marinos y las azuladas lagartijas del islote.

Palau dejó escritas sus peripecias isleñas, que incluían la visión de extrañas luces brillantes, que él identificó con apariciones marianas. Con la llegada del movimiento hippie, se asociaron al peñón toda clase de influjos y magnetismos, lógicamente nunca demostrados.

En el extremo oeste de es Vedrà existe un faro con una torre de tres metros de altura, que emite destellos blancos cada cinco segundos, desde una altura de 21 metros sobre el nivel del mar. Tiene un alcance de 11 millas náuticas y se accede a él mediante una escalinata que asciende por las rocas hasta la base. El faro original se inauguró en 1927, aunque un temporal derribó la torre en 1959, creándose la actual a una mayor altura. Desde el principio dispuso de un equipo automático con gas acetileno y de su mantenimiento se ocupaban los fareros de ses Coves Blanques, en Sant Antoni.

Aunque es notablemente más bajo, el islote de es Vedranell alcanza unos nada despreciables 123 metros de altura y comparte la diversidad de flora y fauna de es Vedrà. Su relieve también es muy escarpado y destaca por una curiosa forma de herradura, que solo puede apreciarse navegando.

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